“Nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos, 1,2. Jn 1, 1-18)

Anoche, en la Misa del Gallo, escuchábamos cómo narra Lucas el nacimiento de Jesús. La gloria de Dios y la paz que Él nos ofrece se manifiestan en ese niño “envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Pequeño, pobre, vulnerable. Dios nos trae la salvación y la vida, y para ello necesita nuestra acogida, nuestra colaboración, nuestro cuidado.

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre este misterio, descubriendo a Jesús de Nazaret como la Palabra eterna del Padre, “reflejo de su gloria, impronta de su ser”. La sabiduría que “sostiene todo con su palabra poderosa” (Heb. 1,3), pues “el mundo se hizo por medio de Él” (Jn 1, 10). Luz que “ilumina a todo hombre”, que nos da a conocer a Dios (ese Dios que intuimos, pero “a quien nadie ha visto jamás”), que nos trae “la gracia y la verdad”  y nos hace capaces de hacernos “hijos de Dios” (Jn 1, 9.11).

La carta a los Hebreos nos invita a la adoración. Ponernos en silencio y actitud de escucha ante Jesús.

Una palabra habló el Padre,
  que fue su Hijo,
  y ésta habla en eterno silencio,
  y en silencio ha de ser oída del alma ”
        
(San Juan de la Cruz)


Lc 2, 14 se suele traducir “Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad”. Pero Lucas se refiere a la “buena voluntad” de Dios. Él, por su buena voluntad, ofrece la paz: no sólo a los buenos (ay, esa tendencia nuestra a dividir el mundo en buenos y malos), sino a todos. Él es la bondad y la paz que estamos llamados a acoger y asimilar.

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