“Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos" (Mt 3, 1-12)
Esta esperanza es apertura a una realidad nueva. Y por ello
implica un cambio en nuestras vidas. Nos llama a la conversión. El Reino de
Dios está cerca, pero para entrar en él, y para que él se haga presente en
nuestro mundo, hay un paso que nosotros hemos de dar. Juan el Bautista nos llama
a preparar el camino para aquél que viene a nosotros. Remover los obstáculos
que impiden que llegue. Y dar frutos de conversión: no basta con ser creyentes
(“hijos de Abraham”, como él dice a
los judíos), no basta con llevar el título de cristianos, ni con participar en
unos ritos.
Juan anuncia ese Reino y apunta a Jesús, que viene con un bautismo
de Espíritu Santo. La conversión implica también una actitud de escucha, para
abrirnos a un “conocimiento del Señor”
siempre nuevo, siempre mayor que lo que sabemos y vivimos de Él. Para acoger la
acción del Espíritu, capaz de sorprendernos. El próximo domingo veremos al
propio Juan sorprendido y perplejo, ante el Mesías que él anunciaba como juez
riguroso, y que llega reflejando la misericordia entrañable de un Padre.
La segunda lectura, en línea con esa misericordia, nos
ofrece una pista de conversión: la acogida mutua, la búsqueda de la concordia.
Y propone el ejemplo de Jesús, que, para llevarnos a todos más allá de la ley,
para llevarnos al ámbito del amor gratuito de Dios, se sometió a la ley (la
circuncisión, en ese caso). En estos tiempos de crispación, algunos frutos de
conversión pueden ser el cultivar la acogida y la escucha mutua. O el acercarnos
a personas de nuestro entorno (familiares, por ejemplo) que van quedando
alejadas...


Gracias por los comentarios a las lecturas de los domingos. Ayudan mucho.
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