“Alégrate, llena de gracia” (Lc 1, 26-38)
En medio de nuestro mundo, que tantas veces percibimos
manchado por noticias de corrupción, de violencia, de injusticia, levantamos la
mirada hacia María, la llena de gracia.
Contemplamos a María, que con su Sí abre la historia de la
humanidad a Dios, a su salvación. Y en ese Sí humilde y lleno de
disponibilidad, atisbamos una vida transparente a la acción de Dios, libre de
intereses, de interferencias que obstaculicen u opaquen su obrar.
Miramos a María, la madre de misericordia, la que Jesús nos
ha dado por madre. En ell
a encontramos plenamente realizada la obra de la
gracia, del Amor de Dios, que en nuestras vidas va afanosamente realizándose.
Y por eso María es para nosotros luz de esperanza. Como
escuchamos en la carta de Pablo a los Efesios, sabemos que Dios nos ha llamado
a participar de esa plenitud de vida. A través de Jesucristo, “El nos ha destinado a ser sus hijos”, “a ser santos e intachables ante él por el
amor”.
Y le pedimos a María, la llena de gracia, que nos enseñe a abrir nuestra vida a la gracia de Dios, a su amor.


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