“Auméntanos la fe” (Lc 17, 5-10)
Podemos hacer nuestra esta petición de los discípulos
Ellos veb las obras de Jesús, su
portentosa capacidad de sembrar vida, que él vincula con la fe (“tu fe te ha
salvado”: Lc 7, 50; Mc 10 52…). Por otra parte, escuchan sus enseñanzas, a
menudo sorprendentes: sus advertencias sobre las riquezas, su llamada a poner el
Reinado de Dios por encima de todo, a perdonar siempre... Y las noticias del
mundo, con frecuencia, ponen a prueba la confianza en la justicia, en la
posibilidad de vivir en paz como constata el profeta Habacuc. “Hace falta fe” para seguir a Jesús.
Jesús reconduce esta
petición. “Auméntanos la fe”, podría
parecer una cuestión de cantidad. Pero no se trata (por ejemplo) de convicción ciega,
ni de fundamentalismo, ni de una confianza ingenua en que “todo va a ir bien”,
ni de dejar de tener los pies en el suelo… Jesús incide en el “cómo” de la fe.
Y propone una fe unida a la humildad. Como un grano de mostaza,
"la más pequeña de todas las
semillas" (Mt 13, 31-32). "Pequeña" para no sentirse
superior a otros (como le pasaba a los fariseos, y a muchos más). Una fe
despojada de pretensiones y de exigencias, como el sencillo sirviente de la
parábola (la expresión que se ha traducido como “siervos inútiles”, parece referirse sobre todo a “siervos sin pretensiones”). Una fe como
semilla: capaz de echar raíces en el corazón y en la vida, con perseverancia,
para ir abriéndose camino, para crecer y dar fruto. Una fe que no tiene todas
las respuestas, pero tiende sus ramas para acoger. Una fe laboriosa, paciente,
que sabe esperar y servir. Como Jesús.
Esa fe humilde nos hace capaces de “tomar parte en los trabajos (tareas y padecimientos) del Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios”
(2 Tim 1,8) con un espíritu “de
fortaleza, de amor y de templanza”. Paradójicamente, esa fe que no busca
efectos es capaz de obrar maravillas, como “plantar
en el mar” un sicómoro o morera. La imagen del sicómoro alude a Israel y su
fe. Tal vez habla de esa fe que arrancando de aquella tierra iba a expandirse
por el mar y arraigar en otros pueblos.
Esa confianza humilde, que nos lleva más allá de nosotros mismos, enriquece nuestra vida, le da sentido y plenitud: “el justo vivirá por su fe” (Habacuc, 2,4).
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