“No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 1-13)

 

Resulta chocante, difícil de explicar, esta parábola. ¿Cómo puede Jesús poner como ejemplo a un administrador que falsea las cuentas?

Lo que Jesús alaba no es la corrupción (en otros lugares, como las Bienaventuranzas, pone la justicia como prioridad), sino el ingenio. La parábola viene a ilustrar que “los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”. Lo ejemplar es que ese hombre, en lugar de “servir al dinero”, se sirve de él para salvaguardar lo que para él era más importante (después Jesús aclarará qué es lo importante de verdad).

Puede ser también significativo que ese administrador condone, reduzca deudas. Y que el amo, al final, sea llamado "el señor". Un poco después, Jesús hablará del dinero como "ajeno": somos administradores de los bienes de este mundo, y nuestro verdadero Señor es el que "levanta al desvalido" (salmo 112) y nos enseña a rezar: "perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe” Lc 11,4.

Hacia ese sentido social apuntan el salmo y la lectura de Amós, que denuncia cómo una conducta que cumple con el sábado y las normas, puede, sin embargo, encubrir una avaricia capaz de “pisotear al pobre”. Jesús, hoy, habla del dinero como “injusto”. Y, de hecho, las estructuras económicas del mundo están contaminadas por dinámicas que llevan a la explotación de muchos y el enriquecimiento abusivo de algunos. Teniendo eso en cuenta, Jesús llama a no servir al dinero, sino utilizarlo para “ganar amigos”, que en su modo de hablar, significa favorecer a los necesitados y los empobrecidos (Lc 14, 13-14: “invita a los pobres, a los lisiados…”). ¿Cómo podemos poner la economía al servicio de las personas, y no del dinero?

Curiosamente, esta parábola tan difícil de explicar con argumentos, es fácil de ilustrar con personas concretas. Como Óskar Schindler, aquel empresario “corrupto” que, con argucias, salvó de la muerte a más de mil judíos. A veces las normas no coinciden con el bien, y para salvar a la persona, hay que ir más allá de ellas, con astucia.  

Decir esto podría acercarnos a otra tentación: la de saltarnos fácilmente las leyes para hacer lo que nos parece bien a cada uno. Tal vez, por eso, hoy la carta a Timoteo apunta la importancia de una inserción positiva en la sociedad, orando por toda la humanidad y por los gobernantes, “para que podamos llevar una vida tranquila, con toda piedad y respeto”. Frente a la tentación de posturas extremistas o parciales (también en la búsqueda de la justicia social) llama a alzar “las manos limpias, sin ira ni divisiones”, porque “Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.

Sorprende, finalmente, que este evangelio que comenzaba con un administrador que falsea cuentas, termine hablando de fidelidad. Se trata, precisamente, de que seamos fieles, y no dejarnos seducir por otros señores, como el dinero, que parece mucho y parece “nuestro”, pero el Evangelio lo señala como “poco” (de menor importancia) y “ajeno” (no es la clave de nuestra vida, Lc 12,15). Lo que también nos invita a pensar qué es, verdaderamente, “lo nuestro”. Se trata de ser fieles a Dios, el único Señor que nos da vida y nos hace libres. Y poner al servicio de El, de la vida y el amor, lo demás.



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