“Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador” (Lc 1, 39-56)
Hoy, María nos invita a alegrarnos con ella. Celebramos que
ella ha sido asumida (por eso hablamos de Asunción), alcanzada totalmente
(en cuerpo y alma) por la Resurrección de Cristo. Participa plenamente de
su vida. También del amor de Dios por toda la humanidad. Por eso,
contemplarla en los cielos es, precisamente, saberla cercana a
nuestras preocupaciones cotidianas, a la vida de cada uno de nosotros,
transmitiéndonos ese amor materno de Dios que abre caminos en cada
situación.
María nos precede, nos muestra el futuro que Dios nos ofrece
a cada uno: llegar participar también, en plenitud, de la vida de Dios. También
nosotros estamos llamados a ser asumidos por la Resurrección de Cristo.
Ser asumidos, porque la iniciativa es suya (por Cristo, como hoy nos dice
S. Pablo, todos volverán a la vida), y eso significa también que se
hará a su modo, ese modo que Jesús va enseñándonos en el Evangelio. Y entrar en
esa vida nueva en cuerpo y alma, con todo lo que somos, con nuestra
personalidad y nuestra historia: realidad que va siendo purificada y renovada
por el amor de Dios, que nos re-crea, y también con nuestra colaboración
(ese colaborar con Dios que vamos también aprendiendo, porque
esta renovación es obra de libertad).
El poderoso ha hecho obras grandes por cada uno de
nosotros. En el Evangelio, María celebra, canta la obra salvadora de Dios en su
pueblo, en todos los que, con sencillez, se abren a su misericordia,
que llega a sus fieles, de generación en generación. Hoy es un buen día
para cantar con ella. Este día de fiesta, como un alto en el camino, nos
recuerda hacia dónde vamos, y nos invita a celebrar esa vida que va creciendo
en nosotros, ese obrar de Dios en tu vida.
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