“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1-13)
Los discípulos comienzan a intuir que, para seguir a Jesús, no
sólo han de escuchar sus enseñanzas y llevarlas a la práctica. Para comprender
su palabra y para poder vivirla, es necesario que el corazón se renueve: se abra
a otra perspectiva, sane heridas y desviaciones… encuentre esa misma fuente de vida
en la que Jesús está enraizado.
Porque la fuerza sanadora de Jesús, la sabiduría de su
palabra, la libertad y paz con que se mueve, tienen relación con los momentos
que pasa en oración, a solas con el Padre
(alguna vez, la noche entera: Lc
6,11. También Lc 3,20; 5,16; 9; 9, 18.28; 22,41; 23,46…). Jesús vive siempre en
referencia al Abbá, y es en Él en
quien encuentra su fuerza, su gozo, su paz.
Y Jesús enseña esta plegaria (transmitida por Lucas de forma
algo más simplificada que Mateo). Que es suya: el Padre Nuestro nos conecta con la propia oración y vida de Jesús. A
lo largo del Evangelio lo vemos perdonar, hacer presente el Reinado de Dios
(que es salud, paz, alegría, reconciliación…), repartir el pan… y llamar a Dios
Abbá. La oración del Padre Nuestro
nos introduce en esa relación fundamental de Jesús con el Padre. Relación que
es posible, porque el bautismo nos ha unido a Cristo, para que podamos
participar de su vida (la carta a los Colosenses habla, precisamente, de cómo
el bautismo nos une profunda y definitivamente con Jesús).
Vale la pena meditar las palabras y las actitudes del Padre
Nuestro. Decía San Cipriano de Cartago (siglo III) que esta plegaria "a manera de compendio, nos ofrece una
enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones".
Encontramos en ella todo un itinerario espiritual.
Lucas transmite aquí, además, otra enseñanza de Jesús: la
invitación a la perseverancia confiada, porque Dios escucha nuestra oración
(como decimos hoy con el Salmo 137). Así, se nos invita a pedir, buscar, llamar. Sabiendo, por
otra parte, que la oración, como toda nuestra relación con Dios, es misterio.
No es un rito mágico, con el que se consigue automáticamente lo que se pide,
sino una relación que cultivamos con Dios, en la que Él, sobre todo, nos da su
Espíritu. Ese Espíritu que crea caminos nuevos, que renueva... que se manifiesta
en todo lo que Jesús hace.
"¿Qué haré para
tener la vida?" (Lc 10,25). El Evangelio profundiza en aquella cuestión
que escuchábamos hace dos semanas: para saber concretar el amor a Dios y al
prójimo, nos hacemos discípulos de Jesús. Y aprendemos a orar con Él. Aprendemos
así, también, que la oración que va unida a la vida. El Padre nuestro también
nos invita a preguntarnos cómo vivimos cada una de las realidades que en él
pedimos: el Reinado de Dios en nuestra vida, el perdón, su voluntad, su amor de
Padre…
"...entender lo
mucho que pedimos cuando decimos esta oración evangelical (…) encierra en sí
todo el camino espiritual, desde el principio hasta engolfar dios el alma y
darla abundosamente a beber de la fuente de agua viva".
Comentarios
Publicar un comentario