“Paz a vosotros” (Jn 20, 19-31)


 Hace ocho días, el Evangelio nos asomaba al sepulcro vacío, testimonio de la Resurrección de Jesús. Hoy el Evangelio nos vuelve a llevar a “aquel día, el primero de la semana”. Que conecta con el primer día de la Creación, “en el principio”  (Gn 1, 1. 5. Cuando Dios creó la luz). Con la Resurrección de Jesús comienza una Nueva Creación y una nueva historia.

Y nos cuenta el encuentro de los discípulos con Jesús resucitado. Ahora es cuando los discípulos constatan que Él es el Viviente, que vive por los siglos de los siglos y es capaz de cerrar para siempre el paso a la muerte y el abismo. (Apocalipsis, 1, 17-18). La experiencia que viven de Jesús (de su gloria, su vida, su fuerza, su hermosura…) los llevará a comprender que es el Hijo de Dios.

Sobre todo, ese encuentro los transforma a ellos. Jesús llega a ellos aunque están “con las puertas cerradas” llenos de miedo. Y les comunica sus dones. Entre ellos, destaca la Paz (tres veces dice Jesús “Paz a vosotros”). Y la alegría. En este relato, cada palabra tiene una profundidad que conecta con lo sobrenatural, con Dios. Y esa paz y alegría son experiencia de plenitud, del sentido de todo… Es experiencia de la vida de Dios dentro de ellos, que a partir de ese momento los impulsará.

El Resucitado muestra las manos y el costado, e invitará a Tomás a tocar sus llagas. Muestra así que es el mismo Jesús que predicó en Galilea, y el que murió en la Cruz. Las llagas hablan de una relación entre la Resurrección y la Cruz que tiene varias dimensiones y es profunda (va más allá de lo que se puede explicar). La Resurrección de Jesús tiene relación con su vida entregada. También con el sufrimiento humano que Jesús ha asumido en la Cruz. El Resucitado lleva en sus manos las heridas de la Humanidad, y no podemos llegar a Él sin acercarnos a los que sufren. Esas llagas que Jesús invita a Tomás a tocar tienen también relación con las heridas de los propios discípulos (y con las nuestras): su desconcierto y dolor, su miedo, el hecho de haber abandonado y negado a Jesús… Jesús no lo pasa por alto. Lo sana en profundidad. “Sus heridas nos han curado”, dirá Pedro (1 Pe 2, 24). Y los hará capaces de pasar, como Jesús, curando a otros, como escuchamos en Los Hechos de los Apóstoles (5, 16).

El Resucitado envía a los discípulos, los asocia a su propia misión. Que subraya, precisamente, la reconciliación, el perdón. El encuentro con Él es experiencia de su misericordia que sana, da vida y se transmite a otros.

Toda esta experiencia y estos dones tienen que ver con el Espíritu Santo, que Jesús comunica a los discípulos.

Pascua es tiempo del Espíritu. Somos invitados a pedirle a Jesús su Espíritu, que nos guíe. Que nos ayude a encontrarnos con Él. Y también a mirar, en sus manos, las llagas que nos duelen. A descubrir cómo Él nos sana y renueva. El Evangelio de hoy termina con una bienaventuranza para nosotros, los discípulos que no hemos visto, no hemos tenido una experiencia tan intensa como la de aquellos primeros. En la humildad de nuestros caminos, con sus ambigüedades y tropiezos, Él nos acompaña y nos comunica su Vida.  


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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