“Para reunir a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11, 45-57)

 

Entramos en la Semana Santa con este relato, que nos cuenta cómo la muerte de Jesús es algo decidido de antemano por las autoridades judías. Saduceos (el grupo al que pertenecían los Sumos Sacerdotes) y fariseos, habitualmente enfrentados, se unen para eliminar a Jesús, porque lo ven como una amenaza para el Templo y la Nación.

Es una situación injusta e impía. Porque saben que Jesús es justo y que está haciendo signos en nombre de Dios, y aun así lo eliminan.

Y, sin embargo, Dios también se hace presente, y, misteriosamente, en esos renglones torcidos escribe su plan.

Confluyen, en ese momento, dos dimensiones de la historia: la libertad del ser humano (en su peor posibilidad: hacer el mal) y la fidelidad de Dios: Él acompaña la historia humana y, sin manipularla, abre un camino. Un camino nuevo, de salvación. Se manifiesta aquí cómo Dios se hace presente y actúa en la historia, aunque ello rebasa nuestra capacidad de comprender.

Nos dice el Evangelio, también, que la muerte de Jesús forma parte del plan de Dios para salvar a la humanidad. Sabemos, además, que, aunque los poderosos del mundo hayan decidido quitarle la vida, Él ha dicho: “nadie me la quita; yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18).  Jesús asume libremente esta entrega, unido a la voluntad del Padre (cfr. Jn 12, 27-28, paralelo a los relatos de la agonía de Getsemaní). Se podría decir que Jesús es víctima de los manejos de los poderosos. Se hace así solidario de tantos que en nuestro mundo son víctimas de la violencia y la injusticia. Pero Él va a ser víctima, sobre todo, en otro sentido muy distinto: el del sacrificio. Él hace de su vida una ofrenda total. Aquí tiene su origen el lenguaje sacrificial para hablar de Jesús, que recoge el simbolismo de los sacrificios del Antiguo Testamento.

Y nos da la razón con la que Jesús entrega su vida: para reconciliar, para reunir a los hijos de Dios dispersos. S. Pablo profundizará en esa clave de reconciliación, de reunión de una humanidad dividida y rota: alejada de Dios, enredada en conflictos y guerras, herida por contradicciones y escisiones en cada persona.

Entramos en la Semana Santa para vivir este misterio.

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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