“Junto a la Cruz de Jesús” (Jn 18,1- 19-42)

 

Contemplamos a Jesús en la Cruz.

Él es la palabra que nos da el Padre, ante tantos sufrimientos y tantas muertes que suceden en nuestro mundo, y a las que no encontramos explicación. El cuarto Canto del Siervo de Yahveh (Is 52, 13 - 53,12) nos asoma a esta realidad que desborda nuestra capacidad de comprensión: “El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores… él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes”. Jesús asume la historia de sufrimiento de la humanidad, se hace solidario de cuantos sufren. Y, predicando la misericordia del Padre sin límites, afronta nuestras divisiones y violencias que tantas veces, como ocurrió con Él, provocan muerte. 

Lo asume en obediencia al Padre. Nos habla la carta a los Hebreos de cómo Él, el Hijo amado, vive y aprende la obediencia al Padre en medio de sufrimientos. Y por eso nos puede acompañar a nosotros en ese camino de buscar la voluntad de Dios, que es siempre voluntad de vida y amor; y que, sin embargo, a veces tiene caminos complicados de entender y de vivir, en medio de la complejidad de nuestro mundo. 

Él es el sacerdote auténtico (y la fuente de todo sacerdocio), el que une a Dios con la humanidad, y así nos salva. Él asume nuestra muerte. Juan, en su relato de la Pasión, nos deja ver los escarnios, los tormentos y el despojo que sufre Jesús. Y a la vez, nos ofrece atisbos de su realeza, que lo hace capaz de interpelar a los mismos que lo juzgan; y de su divinidad, ese “Yo soy”, ante el cual caen postrados en tierra los mismos que iban a detenerlo. 

Juan nos invita a contemplar cómo en Jesús, de una forma insospechada, se cumplen las promesas de Dios. Y nos invita a contemplar el agua que sale de su costado. Como el agua del costado del templo, que vio Ezequiel (Ez 4,7 1-12), que se convierte en un río que va saneando todo a su paso. La vida entregada de Jesús es fuente de Vida nueva, la de Dios . Una vida que podemos encontrar en medio de todas las situaciones de dificultad y dolor que se nos cruzan.

Lucas, el domingo pasado, nos sugería diversas maneras de acercarnos, desde la cruz, a Jesús. A veces, como Simón de Cirene, ayudamos a cargar la cruz de otros, con los que se solidariza Jesús. A veces, nuestra cruz es, como la de Dimas, consecuencia de nuestros propios actos, pero desde ella podemos volvernos a Jesús y recibir la salvación. Otras veces serán enfermedades, circunstancias diversas... Desde todas estas situaciones, nos podemos encontrar con Jesús y su Vida. 

Hoy, Juan nos invita a contemplar la Cruz, como el discípulo amado, junto a María. En la cruz, Jesús se hace, definitivamente, hermano nuestro. Y nos da a María como madre, para que ella nos ayude a crecer como hermanos suyos. Para que ella nos ayude a acercarnos a Jesús, el crucificado y resucitado, con fe y esperanza, en cada momento de nuestras vidas. 


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