“Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24; Jn 13,1-15)
En esta Cena, Jesús deja a sus discípulos y amigos, como
legado, lo que es la esencia, el fundamento de su vida, de su misma persona, de
su misión como enviado del Padre.
Lucas, en el Evangelio que escuchamos el Domingo, nos ofrece
el contexto, nos asoma a la complejidad del ambiente en que se desarrolla: se
presiente la cercanía del Reino de Dios (Lc 22,17.29-31), y a la vez la
inminencia de la crisis en que todo se tambaleará (“Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo en la criba”
(Lc 22, 31). Los discípulos no están preparados, y se manifiestan, una vez, dinámicas
que los contaminan: “Entre ellos hubo
también un altercado sobre quién de ellos se consideraba el más importante”
(Lc 22, 24). Jesús dice entonces: “Yo
estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 27).
Es lo que expresa con el gesto que Juan nos transmite,
revestido de solemnidad, y también de amor a esos discípulos inmaduros: “sabiendo Jesús que había llegado su hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo”.
Jesús se quita el manto (“se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo” Flp 2, 7.
El manto era signo de dignidad) y se pone a lavar los pies de los discípulos,
que era tarea de esclavos.
El gesto de Jesús nos alcanza, nos interpela. Es preciso
descalzarse (como Moisés, Ex 3,5: “porque
el lugar donde estás es sagrado”), para acogerlo. Pedro, lleno de buena
voluntad para seguir a Jesús con sus fuerzas (que sucumbirán poco después) es
un signo para nosotros: “Si no te lavo,
no tienes nada que ver conmigo”. ¿De qué tengo que descalzarme,
precisamente ahora, qué debo dejar que Jesús lave en mí? ¿Cómo necesito que Él,
el que sanaba a los enfermos, toque en mi forma de caminar, para que pueda
seguir sus pasos?
La Eucaristía de hoy nos recuerda cómo toda Eucaristía es memoria de la vida de Jesús, entregada en amor y servicio humilde hasta la Cruz, y de la Vida Nueva que nos transmite. Nos introduce en el Misterio Pascual, con un mandato: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24) y una pregunta: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”
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