“Ha resucitado. Recordad cómo os habló…” (Lc 24, 1-12)
Lucas, en el relato que escuchamos en la Vigilia, y Juan, en
el que escuchamos el Domingo, recogen el desconcierto que provoca en los
discípulos la noticia del sepulcro vacío. El sepulcro vacío y esa sorpresa atestiguan
que la Resurrección aconteció realmente.
Y nos dice algo más: los discípulos han de vivir un proceso
de “conversión”, para abrirse a algo que desborda su capacidad de comprender y
que cambiará sus vidas definitivamente. El Resucitado es el mismo Jesús que les
enseñaba en Galilea. Lucas subraya esa identidad, y a la vez señala que los
discípulos no comprendían su anuncio de su muerte y resurrección. Porque,
aunque es el mismo Jesús, su Resurrección no es la vuelta a la vida que tenía
antes de morir. Es algo más grande, es una novedad que no cabe en palabras.
La Vida de Jesús Resucitado es vida que va más allá de la
muerte, que ha asumido la muerte y el dolor, que tiene que ver con el perdón y
la regeneración, con el amor misericordioso de Dios ofrecido a todos. Tiene que
ver con lo que Jesús ha vivido y enseñado, que tiene una hondura mayor de la
que percibían. Acoger al Resucitado significa ir entrando en esa hondura. Por
eso, el primero en “ver y creer” será
el discípulo amado (“el discípulo que
Jesús quiere”): el que ha apoyado su cabeza en el pecho del Señor y lo ha
seguido hasta la cruz…) será el primero en “ver
y creer”. Y las primeras testigos de la Resurrección serán Magdalena y las
mujeres que también estuvieron al pie de la cruz, que madrugaron para ir en su
busca y recordaron sus palabras. Es una búsqueda movida por el amor (“buscaré
al amor de mi alma” Ct 3, 2). Y una búsqueda como “ a tientas”, “cuando aún
estaba oscuro”, hasta que Él mismo las ilumina: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha
resucitado”.
Es todo un camino, un proceso, abrir el corazón a la Buena Noticia y la presencia de Jesús, el Viviente. De ello nos hablan las cartas a los Romanos (esta noche), y a los Colosenses (mañana), haciéndonos reflexionar sobre lo que significa el bautismo, que renovamos en esta noche: nos unimos a Cristo, para siempre. Entramos en un camino que significa “morir al hombre viejo” (el ser humano encerrado en su propio egoísmo y soberbia). “Para que, lo mismo que Cristo resucitó … así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom 6,4). En consecuencia, “si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo”. (Col 3, 1) Las que Él nos enseña.
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