“Por el desierto, mientras era tentado…” (Lc 4, 1-13)

 

La Cuaresma recuerda los cuarenta días de Jesús en el desierto, y los cuarenta años de Israel, en ese lago camino que lo llevó de la esclavitud a la libertad, a ser Pueblo de Dios. Nos invita, también a nosotros, a buscar momentos de soledad y a ponernos en camino, para avanzar en nuestra vida cristiana. Y, como Jesús, a identificar y enfrentar nuestras tentaciones, y así poder seguirle de forma más lúcida

En este relato, Lucas reúne las tentaciones que Jesús va a ir encontrando a lo largo de su misión. Así, pone al final la tentación de ser un mesías sin tropiezos, capaz de evitar la muerte milagrosamente. La que acompañó a Jesús hasta la Cruz: “a otros salvó; que se salve a sí mismo, si él es el Hijo de Dios” (Lc 23, 35).

Lucas coloca este relato después del Bautismo, donde Jesús ha sido revelado como Hijo de Dios, sobre quien se posa su Espíritu (Lc 3, 15-22). Y después de su genealogía, que Lucas extiende hasta llegar a Adán (Lc 3, 23-38). Jesús es Hijo de Dios y asume el camino de la humanidad. El tema de fondo es: cómo es Dios, y cómo ser hombre. Seducida por el diablo, la humanidad (Adán) pretendió “ser como dioses” al margen de Dios (Gen 3,5). Pero, ¿es que “ser como Dios” consiste en un poder que se ansía e incluso se “roba”?. S. Pablo nos dirá, por el contrario, que el Hijo de Dios “se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo” (Flp 2, 6) y por ese camino de humildad y entrega nos salva y recibe “el Nombre sobre todo nombre” (Fl p 2, 8).

Jesús es conducido por el Espíritu al desierto, y allí enfrenta también las tentaciones del diablo, que intentaron corromper su camino: la tentación de buscar el provecho propio, la de arrodillarse ante el poder, la de ser un mesías espectacular y mágico. Jesús responde con lucidez, desde la fidelidad al Padre. Así, dice “no sólo de pan vive el hombre”, porque “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 3,34). Y no se inclina ante el poder como un absoluto, porque sólo “al Señor, tu Dios, adorarás”. Esa fidelidad es la clave de su autenticidad, que no tampoco se deja enredar cuando la tentación usa lenguaje religioso y cita la Escritura (que también puede ocurrir). La tercera tentación es la de manipular (“tentar”), a la vez que la de una religiosidad de soluciones mágicas y extraordinarias.

Jesús, el Hijo de Dios nos muestra el camino de la nueva humanidad. El camino que nos lleva, con autenticidad, a ser hijos de Dios. Y nos acompaña en este camino, como llevó al pueblo a la Tierra Prometida (de lo que nos habla la lectura del Deuteronomio). Pablo, en la carta a los Romanos, nos invita a confesar la fe en Jesús y a interiorizar esta Palabra de vida que “está cerca de ti”. (Rom 10, 8).


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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