“Dejaos reconciliar por Dios” (2 Cor 5.20; Mt 6, 1-4.16-18)
En este día gris, de nubes y lluvia (el agua que hará
florecer los campos, dentro de poco, y hará posible las cosechas), empezamos la
Cuaresma. Camino de preparación para vivir la Pascua, para entrar, un poco más,
en el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo, al que nos hemos
unido por el bautismo. Camino de conversión, de Reconciliación, para que la Paz
y la Vida Nueva del Resucitado se vaya haciendo más presente en nuestra vida
concreta, la que llevamos este año.
Empezamos con el rito de la imposición de la ceniza, que
desde antiguo habla de la vanidad de muchas cosas, nos invita a prescindir de
apariencias. La ceniza, lo que queda cuando la leña se ha consumido en el
fuego, nos invita a mirar nuestra vida desde el final: ¿a quién habré dado
calor y luz? ¿qué quedará de mi vida? ¿qué es lo esencial?
La ceniza, que se usaba como “lejía” para limpiar y como
abono para los campos, nos invita a preguntarnos por lo que necesitamos
purificar, y lo que hemos de cultivar.
Y el evangelio nos llama también a olvidarnos un poco de la
mirada del mundo, de los otros, para vivir más ante Dios, el “que ve en lo escondido” y nos puede ir
ayudando a desenredar nuestro interior (tantas veces escondido para nosotros
mismos) a encauzar en verdad nuestra vida. Así, nos invita a vivir el ayuno, la
oración y la solidaridad (que entonces se llamaba limosna) buscando la autenticidad:
la gratuidad (“que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha”), la interioridad (“entra en tu cuarto”), la limpieza (“perfúmate la cabeza y lávate la cara”).
Que esta Cuaresma nos lave de las cosas que nos van
contaminando, y nos infunda el “buen olor
de Cristo” (2 Cor 2, 15)
Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)
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