"Estad alegres en el Señor" (Flp 4, 4-7) (Lc 3, 10-18)
La exhortación de la Carta a los Filipenses da nombre a este
tercer domingo de Adviento: “Alegraos”
(Gaudete). Después de llamarnos a estar vigilantes y atentos (domingo I), preparar
camino al Señor (domingo II), hoy la liturgia nos invita a profundizar otra
dimensión esencial de la esperanza: la alegría. Que, en el Evangelio, es “síntoma” de haberse encontrado con
Jesús, de sentir la Vida que Él transmite.
Alegraos, porque “el Señor está cerca”. Estamos llamados a
recordar esto siempre, en medio de las prisas y de las inquietudes de la vida. Esta
palabra nos llama a permanecer abiertos. Juan el Bautista, en el Evangelio aclara
que él no es el Mesías (entregar la sandalia a otro, en Israel, era cederle el
derecho de “rescatar”, de hacerse
cargo de un familiar desamparado, cfr Rut 4,7-8). Juan invita a no rebajar, no
limitar las expectativas. Pues aquél que viene “bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
Cerca ya de la Navidad, podemos hoy buscar un momento de
sosiego, de silencio. Y preguntarnos por nuestras expectativas. ¿Qué esperamos
de Dios que viene a nosotros? Y por nuestra alegría. Y abrirnos desde ahí a
Dios, el que puede alegrarnos y sorprendernos. “En toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias,
vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo
juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.
A la vez, el Evangelio propone actitudes concretas para
vivir la bondad que acompaña a nuestra alegría (“que vuestra mesura la conozca todo el mundo”). Juan el Bautista,
que anuncia la Buena Noticia y llama a la conversión, propone maneras de vivir
la misericordia con los necesitados, y de obrar con justicia y rectitud, según
el modo de vida de cada persona. Y al hacerlo, no excluye a nadie, ni siquiera a
los publicanos y a los soldados romanos.
Hoy se nos invita a preguntarnos “¿qué debemos hacer?” Para
preparar esta Navidad, tal vez es el momento de visitar a alguien que espera o
necesita esa visita; o de reconciliarnos con alguien, o de hacer algún otro
gesto que transmita nuestra esperanza.
Él a ellos se haría
y se vendría con ellos,
y con ellos moraría;
y que Dios
sería hombre,
y que el hombre Dios sería...!
(San Juan de la Cruz, Romance sobre la Encarnación del Verbo)
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