"Amarás al Señor... amarás a tu prójimo" (Mc 12, 28b-34)

 

El Evangelio nos sitúa hoy en Jerusalén. Antes de culminar su misión en la cruz y la resurrección, Jesús expone una parte fundamental de su mensaje.

Pone en el centro el amor a Dios y el amor al prójimo. Esto es el corazón de la Ley que lleva a la vida. Desde ahí se comprende todo lo demás. Además, los une (Jesús responde al escriba uniendo dos textos: Dt. 6, 4-5  y Levítico 19, 18). La unión entre estas dos dimensiones del amor es profunda y tiene varias facetas. Amar al prójimo hace concreta y real nuestra capacidad de amar. Amar a Dios (y acoger su amor, porque “Él nos amó primero”, 1 Jn 4,10) nos hace capaces de amar, y de hacerlo verdaderamente, al estilo de Dios…

Es un amor total, llamado a hacerse presente en todo. Amar “con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (Dt 6,5). Jesús añade “con toda tu mente”. Amar también es aprender a amar, y eso también configura nuestra mente.  

El escriba preguntaba por mandamientos. Pero no se trata sólo de normas que cumplir. Jesús propone todo un estilo de ser y de hacer, que comienza en la escucha (“Escucha, Israel…”), y que nos lleva a centrar toda nuestra vida. Desde Dios, el “único Señor“, todo se puede ir integrando, encontrando su lugar y su orientación.

Es palabra de Vida. Celebramos este domingo al día siguiente de recordar a los Difuntos. Y el pasaje evangélico que escuchamos también sigue a una enseñanza de Jesús sobre la Resurrección. Allí, Jesús llama a “entender las Escrituras y el poder de Dios”, que “no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 24.27). El amor nos lleva más allá de nosotros mismos (de nuestros intereses, comodidad…). Y, de alguna manera, nos aproxima a la vida eterna, que va más allá de nuestras fuerzas y posibilidades. La vida de Dios, que es amor (1 Jn 4,8).

 

“Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de su Majestad y del prójimo es en lo que hemos de trabajar; guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con él. … La más cierta señal que -a mi parecer- hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que, mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que su Majestad nos tiene que, en pago del que tenemos al prójimo, hará que crezca el que tenemos a su Majestad por mil maneras; en esto yo no puedo dudar”.
              (Teresa de Jesús, Moradas V, 3, 7-8)

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


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