"Ven y sígueme" (Mc 10, 17-30)

 

“En el Evangelio de hoy, el personaje central es un judío honrado, recto, cumplidor de la Ley, que se acerca a Jesús con un hondo deseo de “heredar la vida eterna.” Su actitud está llena de respeto hacia el “maestro bueno” ante el que se arrodilla. Frente a la de los fariseos, la suya es clara y sin doblez, y pone de manifiesto que la mera observancia de la Ley no es suficiente para un hombre que vive con fidelidad a la misma. Obedecer los mandamientos le deja insatisfecho. O mejor, en los términos de Jesús: “le falta una cosa.” De manera sutil, Jesús nos muestra que la Ley, aunque se observe minuciosamente, queda lejos y es bien distinta del camino que conduce al Reino de Dios que él proclama. Entrar por la senda estrecha que lleva a él exige algo más que la mera observancia de la Alianza. El consejo que le ofrece Jesús al rico, vender lo que tiene y dárselo a los pobres, es imposible humanamente hablando. Requiere la ayuda de Dios y una confianza en él que desafía nuestro deseo natural de ser dueños de nuestra vida y sentirnos seguros gracias nuestro dinero o nuestros recursos humanos. 

            Es este preciso momento Jesús ofrece un ejemplo práctico de la actitud que subyace a las Bienaventuranzas: quienes confían en Dios pueden sentirse dichosos y “bienaventurados” porque, aunque pasen hambre o sean pobres o se vean perseguidos, su confianza en Dios les dará una seguridad que ningún tesoro podría proporcionarles. En cierto sentido, es también la actitud reflejada en los niños del Evangelio del domingo pasado (Marcos 9:14-15): el Reino les pertenece a quienes sepan aceptarlo como un regalo. El diálogo con el rico justo es también un momento para ver el tipo de exigencias que tendrán que afrontar quienes quieran entrar en el Reino. En varias ocasiones ha mencionado Jesús la confianza en el Padre que debería caracterizar el estilo de vida de sus discípulos. “No se puede servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24) podría resumir la actitud de quienes optan por seguirle. Y no es un enfoque ingenuo de la realidad: Dios ya sabe que necesitan alimentos, vestido y vivienda… pero quienes buscan el Reino de Dios “recibirán también todas esas cosas” (Mateo 6:25-34; Lucas 12:23-31). 

            Sin embargo, no estamos ante un planteamiento “ascético” o estoico de la vida. Es, por el contrario, una actitud que brota de la Sabiduría procedente de Dios y que es Jesús mismo, el espíritu y la visión aguda de la Palabra de Jesús, “más cortante que espada de dos filos,” que hace que los humanos podamos ver la realidad con los ojos mismos de Dios. Sólo bajo su guía podemos entender que ni las riquezas ni los recursos humanos (ni siquiera la observancia de la Ley) pueden proporcionarnos “la vida eterna”. Es un don que procede de él únicamente.

                        Mariano Perrón (1947-2019)

             Copio hoy este texto de Mariano Perrón, maestro y amigo, de una Lectio Divina de 2015, que me parece muy bueno para comprender el Evangelio y lecturas de hoy.

 Añado una reflexión de Teresa de Jesús en las Moradas Terceras, sobre el joven rico: “Desde que comencé a hablar en estas moradas le traigo delante, porque somos así al pie de la letra” (Moradas III, 1, 6). Invita Teresa a la humildad (“andar en verdad”) para reconocer cómo seguimos apegados a muchas cosas (materiales o de otros tipos), que “traban nuestros pies” en el camino de seguir a Jesús. porque, como no nos hemos dejado a nosotras mismas, es muy trabajoso y pesado; porque vamos muy cargadas de esta tierra de nuestra miseria” (M III, 2, 9). Y aconseja: “Procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad sino la suya. Ya que no hayamos llegado aquí, como he dicho: humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos” (M III, 2, 6)

 Y una más, de Teresa del Niño Jesús, en una carta a su hermana María, cuando escribió el “Manuscrito B” (Carta 197, 17-IX-1896):

“las riquezas espirituales hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande...
       Hermana querida, ¿cómo puedes decir, después de esto, que mis deseos son la señal de mi amor...? No, yo sé muy bien que no es esto, en modo alguno, lo que le agrada a Dios en mi pobre alma. Lo que le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Este es mi único tesoro. Madrina querida, ¿por qué este tesoro no va a ser también el tuyo...?”

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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