La religión pura... (St 1, 27; Mc 7, 1-23)

 

Hoy, el Deuteronomio nos habla de la Ley de Dios como sabiduría y justicia para vivir. Santiago nos habla de la Palabra de la Verdad, injertada en nosotros (como algo vivo, que ha de dar fruto), capaz de salvar. Una sabiduría para llevar a la vida. Y centra la autenticidad de la espiritualidad, de la religión, en la misericordia (huérfanos y viudas eran el “prototipo” de la persona vulnerable) y en “no contaminarse con el mundo”.

De esto habla el Evangelio: ¿qué es lo que nos contamina? Es una cuestión actual, porque vivimos en un mundo, que, además de contaminación química, tiene otras realidades “tóxicas”, que también nos hacen enfermar: crispación, informaciones y visiones sesgadas de la realidad, violencia, comportamientos dañinos… (También hay mucha bondad y hermosura, es necesario recordarlo siempre).

A los judíos les preocupaba la pureza: la sinceridad ante Dios, la vida íntegra. En esa búsqueda de pureza, se multiplicaron las normas y creció una tendencia a apartarse de cuanto no fuera “puro” (y lo que es peor, de las personas “impuras”). La mera posibilidad de haberlos tocado generaba una impureza que había que lavar (“restregando bien”, como dice con ironía Marcos). Jesús denuncia esa interpretación legalista y cerrada, excluyente, que pierde el sentido original. El capítulo entero de Marcos (que se ha recortado, por abreviar) denunciaba algunos de esos sinsentidos. El contexto nos deja otro: después de que Jesús ha alimentado a la multitud, y ha pasado por Genesaret (tierra de gentiles) curando y salvando (Mc 6, 37-56), aquellos fariseos sólo se fijan en que algunos discípulos han descuidado las tradiciones patrias. Convierten así el principio higiénico de lavarse en una mirada insana, que juzga y discrimina.

Jesús, como otras veces, llama a ir a la raíz, para poder entender lo que Dios propone en su Ley. Y señala lo fundamental: las actitudes que cultivamos son las que definen nuestra vida. Es una palabra actual. Nos recuerda la importancia de la libertad y las propias opciones, en un tiempo que tiende a explicarlo (y justificarlo) todo por los condicionamientos externos. Desde fuera nos pueden llegar muchas cosas (tendencias, propuestas, dificultades…) pero la actitud que nosotros tomamos es nuestra opción, y de ello depende nuestra vida.

Además, nos llama a afinar en esas actitudes, porque ahí está la clave para vivir con integridad, para conseguir integrar mi propia vida en un camino que vaya buscando armonía y justicia. ¿Qué me mueve, qué necesito purificar en mis motivaciones? Una purificación para la que Santiago nos ofrece dos claves: tomar distancia de las dinámicas tóxicas del mundo, y fundamentarnos en la misericordia, que refleja el auténtico amor de Dios.   



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