"El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí, y yo en él" (Jn 6, 51-58)
Culmina hoy el discurso de Jesús, que comenzó a raíz del signo
de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús ha invitado a los que se
acercan a Él a “trabajar por el alimento
que permanece para la vida eterna”, ha señalado que el núcleo de ese
esfuerzo es creer en Él, y se propone como alimento: “Yo soy el pan de la vida”. Avanza ahora sobre lo que significa esta
fe y este alimentarnos de él: no se trata, simplemente, de que miremos a Jesús
como una “figura inspiradora”, o alguien que esperamos que nos otorgue una
inmortalidad como quien da un objeto externo. Se trata de una identificación
real con la persona concreta de Jesús, con sus hechos y dichos, con su vida
entregada: “el pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo”.
La Eucaristía nos quiere conducir a esto: Jesús se hace
nuestro alimento para que lo asimilemos de la forma más real y atenta posible.
El verbo que aquí usa Jesús se traduciría literalmente por “comer masticando” (por eso la
resistencia de los oyentes a estas palabras). Estamos llamados a “rumiar” las palabras y los hechos de
Jesús, a asimilar lo más concretamente posible sus actitudes en nuestra
realidad actual y concreta. A identificarnos y vivir desde Él: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita
en mí, y yo en Él… Yo vivo por el Padre. Del mismo modo, el que me come, vivirá
por mí” Vivir unidos a Jesús es lo que nos introduce en la vida eterna, que
es la misma vida de Dios, que Jesús, el Hijo, ha venido a compartir con
nosotros. Algo que ya empezamos a realizar en esta vida, y que se completa más
allá de ella.
Los distintos momentos de la Eucaristía nos ofrecen la
oportunidad de ir viviendo esto, desde las distintas dimensiones de nuestra
realidad. Nos acercamos a Jesús desde nuestra debilidad y pecado, para que su
misericordia sea medicina que sana las disfunciones y heridas de nuestro corazón,
y alimento que nos fortalece. Escuchamos su palabra, para meditarla y “digerirla”.
En la oración de los fieles, abrimos a su acción nuestra realidad y la de
nuestro mundo, tan lleno de necesidades. En el ofertorio le presentamos, con el
pan y el vino, lo que somos y tenemos, lo que nos traemos entre manos, para que
también lo consagre, lo llene y lo “reconfigure” con la fuerza de su Espíritu.
Recordamos, con la Última Cena, su entrega por nosotros en la Cruz y
proclamamos su Resurrección. E invocamos su Espíritu para que nos consagre, nos
haga ser (como Iglesia, como comunidad) cada vez más, su Cuerpo, nos ayude a
vivir como seguidores suyos. A vivir fortalecidos por su Amor y su Paz, como Él
nos propone: “haced esto en memoria mía”.
Aquesta eterna fonte está escondida
en
este vivo pan por darnos vida,
aunque
es de noche.
Aquí se está llamando a las criaturas
y
de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
porque
es de noche.
San Juan de la Cruz
Jesucristo, Señor resucitado, quienes confían en ti no tendrán sed).
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