"Soy yo en persona" (Lc 24, 35-48)
Jesús no es un "fantasma", un
"espíritu". No es simplemente una "hermosa causa", o una
"filosofía de vida". No es un mito. Los discípulos se encontraron con
Jesús en persona. Aunque el Resucitado es de otra manera (se hace
presente sin barreras físicas, hace falta algo más que los sentidos para
reconocerlo...) es Él: el mismo a quien habían intentado seguir por los
caminos de Judea y Galilea, el mismo que vieron morir en la cruz. De hecho, una
vez más las lecturas insisten en ese hecho difícil de comprender, pero que
ocurrió: que el Mesías, el Salvador, tenía que pasar por el sufrimiento y la muerte
para abrir un camino definitivo de reconciliación y de vida para nosotros. Un
mensaje, de hecho, que siempre nos sigue desbordando, su sentido (para el mundo
y para la vida de cada uno de nosotros) es más de lo que acabamos de
comprender. El encuentro con Él fue real y tan real que cambió su rumbo y su
forma de vivir. Y así, en los Hechos de los Apóstoles vemos a esos discípulos
haciendo, precisamente, lo que Jesús ha dicho: ser testigos, ante el
pueblo, de su muerte y resurrección, y proclamar una conversión que es
reconocimiento de la propia realidad (con toda su crudeza, incluso: "matasteis
al autor de la vida") y encuentro con la misericordia de Dios.
El cambio de vida de los discípulos es consecuencia y
testimonio de su encuentro con el Resucitado. A la vez, forma parte del camino
hacia ese encuentro. Por eso Juan, a la vez que llama a la confianza en Él,
cuando tropezamos con nuestra debilidad y pecado, recuerda la necesidad de
"guardar sus mandamientos". Que tampoco se trata de un cumplimiento
minucioso de normas, pues los mandamientos de Jesús son creer en Él (Jn
6, 29), amarse unos a otros (Jn 15, 12-14), permanecer en
Él (Jn 15,4), hacer práctica la misericordia (Lc 10,37).... El
llevar a la vida la enseñanza de Jesús, vivir como discípulos suyos, construir
comunidad, nos "pone en sintonía", nos acerca a su camino, en el que
Él sale a nuestro paso y nos sorprende con su presencia. Aunque nuestra
experiencia tiene características diferentes de las de la primera comunidad
cristiana, Jesús también nos invita a un encuentro personal con Él. A descubrir
que Él es real, y que nos llama a convertirnos, a crecer, a descubrir nuevas
dimensiones de su palabra y de su vida.
"Señor haz brillar sobre nosotros la luz de tu
rostro" (salmo 4)
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